“El alma quiere pertenecer. Aunque tenga que pagar un precio muy alto por ello”. Bert Hellinger
El Derecho a Pertenecer: Una Mirada Sistémica
En el trabajo como consteladora, una y otra vez me encuentro con un principio tan poderoso como invisible: el derecho a pertenecer. No importa cuántas heridas, historias difíciles o silencios esconda una familia o un sistema… Todo ser humano tiene un lugar. Todo el que pertenece, pertenece. Sin condiciones.
Desde que nacemos incluso antes, nuestro ser busca una cosa: sentirse parte. Parte de una familia, de un grupo, de un propósito. La pertenencia es la base sobre la que construimos nuestra identidad. Si no nos sentimos parte, es como si algo en nuestro interior quedará flotando, desconectado.
En las Constelaciones Familiares, Bert Hellinger reconoció este impulso como uno de los tres órdenes del amor. Un sistema sano honra este orden permitiendo que cada uno tenga su lugar. Cuando eso ocurre, hay fuerza, hay claridad y movimiento. Cuando no, aparece entonces el desorden, la repetición y el sufrimiento.
"Cuando alguien queda fuera.... se le llama exclusión".
Muchas veces, por dolor, por miedo o por lealtad a un mandato inconsciente, alguien es excluido del sistema familiar.
Puede ser un miembro que fue rechazado, ignorado, juzgado, o simplemente no reconocido: un hijo no nacido, hermanos no nacidos (aborto espontaneo o provocado), miembros con enfermedades mentales o discapacidades que fueron ocultados, personas homosexuales, victimas de violencia familiar que no fueron protegidas ni reconocidas, un tío olvidado, un abuelo con una historia difícil.
No se debería excluir a nadie, sin embargo quienes suelen ser excluidos pueden ser: Los olvidados, los rechazados, los ocultos, los que generaron dolor y vergüenza al sistema.
Cuando alguien queda fuera, el sistema no descansa. El sistema tiene memoria. Y esa memoria busca restablecer el equilibrio a través de generaciones.
¿Cómo lo hace? Muchas veces, un descendiente sin saberlo se identifica con ese excluido. Repite su destino, su dolor, su ausencia. No por castigo, sino por amor. Por una profunda necesidad de reparar lo que no fue visto.